28 de abril de 2008

Duque Linares y su actitud sin aptitud

Lo que pasó señor Duque Linares fue que aquel domingo abrí mis ojos, prendí el televisor y me encontré con su sonrisa, esa sonrisa llena de pacatería, sinvergüencería y actitud positiva. Estaba desperezándome, y en ese momento exacto usted contó uno de esos chistes suyos tan populares, y esa fue la tapa: mi domingo se echó a perder.
Usted, padre de la actitud positiva cristiana, me ha dejado la enorme enseñanza de que siempre debo ser incrédulo. Gracias a usted entendí que este mundo nuestro es cada día más frívolo. Para nosotros todo es un eterno festival del humor, nada es serio, y cualquier cosa es importante. Antes, ya había conocido a un sinnúmero de autores norteamericanos que han escrito esos libros del queso, de la vaca, de los pingüinos, esas agrupaciones de hojas que afirman que para ser feliz tan solo hay que seguir una fórmula. La idea es bonita. Pensemos en que con tres, cuatro o cinco consejos llegamos a ser felices; eso sería bueno, pero la realidad, señor Duque Linares, es que cada individuo es único y por consiguiente cada ser viene a la Tierra precisamente a buscar su propia, e intransferible, manera de estar en plena armonía.
Para los seres modernos y utilitaristas que somos este panorama parecería tremendo. Lo que pasa es que no estamos acostumbrados a valernos por nosotros mismos, estamos pendientes de los remedios existenciales ajenos o vivimos alienados en una burbuja creada por el establecimiento.
Kant afirmó que el objetivo de los seres humanos es sobrepasar la culpable minoría de edad. Y no se refería al tiempo físico, sino más bien al espiritual y mental. Pero para hacerlo habrá que empezar a conocerse cada uno y comprender que nadie puede dar listas masivas en las que se sugiere que todo es tan fácil como aprender a desear.
Supongo que usted como buen líder de la corriente de la autoayuda habrá visto ‘El secreto’, un paquete chileno que rompió los record en Estados Unidos con la tesis de que todo lo que uno se proponga, si se lo atrae de la manera adecuada, se cumplirá. Pues déjeme decirle que esto es falso, ya que no se puede desconocer la dura realidad. No me venga a decir que la educación, el estrato social, la religión, la cultura, no intervienen de manera importante en el desarrollo de la personalidad. Pues bien, entonces entenderemos que hay factores externos que no se pueden vencer tan solo con la imaginación o con la actitud positiva.
Así pues, mi querido filósofo especialista en la motivación (¿?¿?), quiero que sepa y entienda que no le creo un comino. También le quiero contar que ya saqué mi televisor del cuarto.
ON.

Ya no me mamo a los críticos

Estoy de acuerdo con Luis Ospina: en cuestión de cine, cantidad es calidad. Los realizadores colombianos deben apuntarle a hacer cuantas películas puedan y no pretender rodar una cinta cada cinco años, con la aspiración de que sea una obra maestra. Bajo el sol no hay nada oculto. En estos caminos del séptimo arte apenas nos están saliendo los dientes, por eso ese es el primer paso para convertir esto que hacemos ‘tímidamente’ en una industria de verdad. Vamos bien.
Pero esto tiene su ‘pelo en la leche’. Por un lado los directores, guionistas, productores, luminotécnicos, etcétera, etcétera, le apuestan al sueño de hacer cine. Por el otro, ‘algunos’ -repito, ‘algunos’- críticos parecen querer impedirlo a toda costa.
Y es que los críticos tienen el poder en sus manos. En un párrafo suben las películas al cielo, o en un par de líneas las tiran al suelo, rebajándolas sin piedad. En pocas palabras, convierten el trabajo de varios meses, en el que se han invertido millones –obtenidos después de hipotecas y carros vendidos- en una ‘basura que no merece ser vista’. Eso se lo dicen a sus lectores, y ellos, por consiguiente, ni se asoman a las salas a ver la cinta.
Lo peor de todo es que ‘algunos’ de esos críticos, que están en el grupo de los ‘algunos que no quieren que haya industria’, lo hacen de ‘mala leche’. En serio. De eso me convenció el director de una película que se estrenó este año, cuando me contó que un crítico se había encargado de despedazar su obra –antes del estreno-, y además había ‘pasado la bola’ a sus colegas, que también hablaron muy mal de ella. ¿Hay buenas intenciones en eso? No creo.
Otra muestra. El experto en cine de una reconocida cadena radial, catalogó ‘El colombian dream’ de Felipe Aljure como la peor cinta de 2006. Eso no tendría nada de llamativo si, en segundo lugar, no hubiera puesto a ‘Chiquito pero peligroso’. Palabras más, palabras menos, una seudo comedia gringa, floja, muy floja desde su título, tiene más merito que una propuesta colombiana hecha con las uñas. Muy objetivo, ¿cierto?.
Tengo claro que hay películas colombianas que son malas, pero también que si hay diez pésimas y una buena, ya estamos ganando. Por eso, entre más, mucho mejor. Para que haya más, necesitamos que la gente vaya a las salas, para recuperar alguna platica y volverla a invertir en cine. Por eso exhorto a los que hacen parte del ‘reducido’ grupo de ‘algunos críticos mala leche’, que si no les gusta alguna película colombiana, se limiten a poner una estrellita en la escala que le da cinco a una obra maestra. Con eso es suficiente. No hay necesidad de sobreactuarse. En serio, si lo que buscan es desquitarse, pues ahí tienen los filmes de Tarantino o Scorsese. Hablen pestes que a ellos no les importa.
Me despido con una frase del músico francés André Gedalce: “los críticos hacen pipí sobre la música, y creen que la están ayudando a crecer”.

DR.

Corto '7:35 de la mañana'

Ahí dejamos una historia muy, muy buena, nominada a los Oscar en 2004 que nos encontramos por casualidad.